Antes de la jornada electoral, me dijo un amigo: «Si gana Trump, será una mala noticia; si gana Harris no será una buena noticia». Le contesté que lo peor de las elecciones de Estados Unidos es que siempre votan los norteamericanos. No sé si la victoria de Trump habrá sido una sorpresa para muchos, como leo en cierta prensa. ¡Cómo han podido votar masivamente a un tipo grosero, que miente más que habla, que no respeta a las minorías, que es amigo de Putin, de Farage y de Bolsonaro, que quiere levantar un muro en la frontera con México, etc…! ¡Y que además ya le conocen, porque ha sido presidente cuatro años!
Pues ya ven, cosas de la gente. Lo que me parece indudable es que si en algún sitio no puede chocar demasiado este capricho de los votantes es en España. Aquí también el pasado julio se votó más de lo debido (aunque no mayoritariamente, hay que reconocerlo) a un candidato que ya había demostrado que mentía con una soltura que envidiaría cualquier vendedor de crecepelo, que después de haber renegado de su compañía se apoyaba para gobernar en los peores indeseables (separatistas, comunistas, etc…) de nuestro espectro -nunca mejor dicho- político, y que poco después estaba dispuesto a amnistiar a quienes habían intentado un golpe de Estado anticonstitucional tras haber jurado que jamás haría tal cosa.
Se dice, con toda razón, que Trump insulta a sus adversarios políticos y los denigra con calificativos indignos, pero nuestro presidente Sánchez, con mejores modos porque los europeos somos más hipócritas, también tacha de ultraderechistas y fascistas a sus adversarios sin preocuparse de la verosimilitud de sus dicterios. La última vez, en Paiporta, cuando damnificados que lo habían perdido todo protestaron con rabia contra él de modo indebido, aunque de ninguna manera criminal: según afirmó insultantemente después, a coro con los acólitos de su escolanía mediática, eran grupos «perfectamente organizados» (?) de ultraderecha, aunque luego se ha comprobado que eran sencillamente gente indignada del lugar por una asistencia estatal tardía, mutilada y probablemente delictiva.
Es graciosa la elección de acusaciones contra Trump que utilizan los más burros del izquierdismo de manual (es decir, El País, la Ser y alrededores). Por ejemplo, el triunfo del nuevo presidente electo es la victoria de la antipolítica. O sea, un combate por el poder que en lugar de atender a razones utiliza los sentimientos salvajes del «conmigo o contra mí». Supongo que esta canción les suena, porque es pegadiza: se la venimos escuchando a nuestro gobierno actual y su orfeón mediático desde la moción de censura. ¿O es que no es antipolítico rechazar el apoyo parlamentario de una oposición constitucionalista y preferir los votos comprados a precio de privilegios vergonzosos de los herederos del terrorismo o en su defecto funcionar a decretazo limpio?
Nada más antipolítico que reducir las opciones de votos de las minorías (convertidas obligadamente en tribus identitarias) a la defensa a ultranza de sus particularismos: los negros sólo piensan en los negros, las mujeres en cosas de mujeres, los latinos apoyan a los latinos, etc… Cada uno tiene ya prefigurado su rumbo en las urnas y de ahí no puede salirse sin ser considerado traidor a los suyos. Pero eso precisamente es lo que promovían los demócratas (como hacen en España las izquierdas fragmentadas) y por eso han perdido frente a Trump. Porque resulta que ellos son los antipolíticos, mientras que Trump -de modo más o menos burdo- ha propuesto planes políticos para todo el país, planes de reforma económica, contra la inmigración ilegal, etc… para hacer América grande de nuevo.
«La verdad es que la mayoría de los votantes no se han equivocado con Kamala Harris: han visto que era una especie de Yolanda Díaz aunque con estudios»
Y entonces se ha visto que muchas mujeres discrepan de Trump en el tema del aborto, por ejemplo, pero que no dan a esa cuestión tanta importancia como para convertirla en un automatismo contra él. Votan como ciudadanas con preocupaciones nacionales, no como hembras para las que sólo cuentan las cuestiones de género. Y lo mismo ha sucedido con los negros, los latinos o las demás minorías: han demostrado que querían ser mayoría, es decir, ciudadanos americanos y no minorías victimizadas. Ojalá en España tuviésemos más «antipolíticos» como ellos…
Varios de los corifeos del gobierno sanchista han proclamado que la victoria de Trump es el triunfo de la desinformación. Vaya, hombre, qué cosas. El País, la Ser, la Sexta, TVE… alertando contra la desinformación, es decir, contra lo que les ocupa principalmente. No sé cómo de informados están los votantes de Trump, pero sé demasiado bien lo informadísimos que están los de Sánchez, que se tragan la amenaza ultraderechista como clave política definitiva. Por cierto, hablando de desinformación, los que demuestran estar muy mal informados son todos los politólogos, tertulianos, influencers y demás predicadores de izquierda, convencidos de que Harris ganaba de calle porque a Trump nadie le podía ni ver.
Pues ale, toma del frasco, Carrasco. Saben de lo que piensan y quieren los americanos lo mismo que yo de la perversiones sexuales de los sapos cornudos. Y luego llaman malinformados a los que se salen del carril que ellos marcan… La verdad es que la mayoría de los votantes no se han equivocado con Kamala Harris: han visto que era una especie de Yolanda Díaz aunque con estudios (que no es poca ventaja). Y claro, ha pasado con ella lo que aquí con Yolanda. Que mucho jijí y jajá pero se ha quedado para vestir santos. Seguro que con el viejo Biden, con todos sus achaques, no les habría ido peor…
Artículo publicado en The Objective