Entrevista a Félix Suazo, curador de Contactos

¿Cuál es el país que se convertirá en el mayor importador de petróleo del mundo? No es Estados Unidos ni China

La exposición Contactos : Soledad López, Claudio Perna, Roberto Obregón. Colección Archivo Fotografía Urbana, está abierta en la Sala Mendoza 

Por ARIEL JIMÉNEZ

Cuando una obra no proviene de una experiencia de vida real y urgente, cuando no mantiene lazos múltiples con ella y no le permite a sus observadores enriquecer la suya más allá del goce estético, es tan solo un ejercicio formalista y vacío, un gesto sin alma. La exposición titulada Contactos, que presentan El Archivo y la Sala Mendoza, bajo la curaduría de Félix Suazo, es una de esas donde se hace posible palpar esa conexión vital entre la estética y la vida. En esta entrevista con Félix Suazo hemos intentado hacer legible esos contactos vitales entre el arte y la vida, entre la estética y la necesidad. 

¿Cuál diría usted que es el hilo conductor de esta exposición?

Contactos pone a dialogar el trabajo de tres artistas venezolanos que, si bien  nacieron en el extranjero (Claudio Perna nació en Milán, en 1938, y murió en Holguín, Cuba, en 1997. Roberto Obregón en Barranquilla, Colombia, en 1948, y murió en Tarma, Venezuela, en 2003. Soledad López nació en Bilbao, España, y murió en Caracas en 2016, se formaron y desarrollaron su actividad creativa en el país. Entre ellos hubo coincidencias personales e intelectuales, algunas de las cuales son más visibles en momentos y situaciones específicas. Uno de esos puntos de cruce entre ellos —precisamente el que desencadena el proyecto de esta exposición— acontece en marzo de 1979, a propósito de la exposición individual de Soledad López en la Galería La Pirámide, Caracas, con el apoyo de Claudio Perna y la presencia tácita de Roberto Obregón. Sus temperamentos eran empáticos en cuanto a la fragilidad, el deseo y la avidez intelectual. Los tres utilizaron la imagen fotográfica como recurso de  meditación existencial y exploración del entorno. Los tres libraron una batalla íntima con sus propias  personalidades, proclives a la depresión pero intensamente aferrados a la experiencia del arte.

Dice que esa exposición de Soledad López en 1979 desencadena el proyecto expositivo que hoy se presenta en la Sala Mendoza. ¿Es por ser la primera manifestación conocida de ese contacto entre Soledad, Perna y Obregón, o porque le ha parecido la más significativa?

Ambas cosas. Por un lado, esta exposición es casi el único evento público donde los tres artistas estuvieron reunidos en torno a un proyecto común, aunque en realidad los contactos entre ellos datan de varios años antes. Tanto Claudio como Roberto visitaban con frecuencia la casa de Soledad, quien los fotografió allí en varias oportunidades, además de colaborar en las «fotografías dirigidas» de Claudio y cultivar rosas para el trabajo de Roberto. Sin embargo, es en esta oportunidad que sus afinidades creativas y mutuas simpatías se hacen claramente patentes. Por otro lado, la exposición Lo que traigo de Paraguaná reunió, efectivamente, un registro excepcional del ámbito rural venezolano; de la Venezuela «profunda» que zozobraba en la pobreza y el olvido, mientras el paso implacable del progreso petrolero consumía la atención del país.

Por otra parte, uno de los factores que permitieron detectar y comprender los contactos creativos y amicales que existieron entre estos tres artistas se hicieron evidentes al estudiar los archivos de Soledad López, recientemente adquiridos por El Archivo. Allí pudimos ver los retratos que ella le hizo tanto a Roberto Obregón como a Claudio Perna, además de los contactos fotográficos con imágenes de las rosas que ella cultivaba para Roberto Obregón. Esta es pues otra particularidad de esta exposición, y es que gran parte del material que se expone (fotografías, cartas personales, contactos) proviene de sus archivos personales y no solo de colecciones. De allí, en parte, el título de la exposición, que hace referencia a los contactos personales entre ellos, pero también a parte del material fotográfico conservados en sus respectivos archivos.

Efectivamente, El Archivo contiene un copioso material acerca del trabajo de Soledad López, fundamentalmente pruebas de contacto, negativos, copias fotográficas, collages, maquetas para fotolibros y escritos. Entre ellos destacan las series fotográficas del Cementerio General del Sur, Paraguaná, Niños de la calle, La cuadra del Banco de Venezuela, Clement, Ancianato, Desnudos, Retratos, Autorretratos, Ámsterdam, Angola y un conjunto de experimentos con fotos intervenidas con color y collages.

Igualmente se consiguen allí documentos inéditos de sus  vínculos personales e intelectuales con Claudio y Roberto, además de otras personalidades de la literatura, el diseño, la danza, la moda y las artes visuales como María Fernanda Palacios, Hanni Ossot, Heleena Sassone, John Lange, José Rafael Ledezma Guanipa (El Negro Ledezma), María Teresa Boulton y María Zabala. También hay referencias documentales al Instituto de Diseño Neumann y Taller de Danza de Caracas.

Dichos materiales complementan los registros de otros archivos de artistas consultados, incluidos los de Claudio y Roberto donde también hay referencias a Soledad. Es fascinante encontrar segmentos relacionados con una misma situación o evento en los distintos archivos y despejar incógnitas que permanecieron insolubles por mucho tiempo. Cruzando esa información no sólo hemos obtenido una visión más amplia y sustentada del proceso vital y creativo de estos tres artistas, sino de la dinámica cultural de la época.

La exposición Contactos recoge toda esa gama de vínculos interpersonales y de conexiones entre  archivos diferentes, cuyos fondos resguardan numerosas «pruebas de contacto»; un recurso preliminar del proceso de copia fotográfica  sobre una superficie sensible, y que desde la óptica curatorial que hemos manejado evoca los «contactos» personales entre estos tres artistas.

Desde mi perspectiva, la obra de estos artistas viene a introducir en el escenario venezolano de los setenta las nociones de fragilidad, de accidente, lo azaroso y además lo inconcluso (con el empleo de técnicas mezcladas y acabados por así decir rústicos, o que integran lo rasgado, lo no acabado) en un momento en el que parece dominar una estética de lo serial y programado (pienso sobre todo en el cinetismo). Un momento, además, en el que se percibe ya la formación de una verdadera escuela abstracto-geométrico. Escuela, no porque los jóvenes hayan sido alumnos formales de los precursores, sino porque existieron maestros incontestados como Soto, Cruz-Diez, Gego y Otero, y luego una multitud de artistas menores que de una u otra manera siguieron las premisas estéticas de sus mayores, aunque en un sentido casi estrictamente formalista, al menos para la mayoría de ellos.

Indudablemente hay una serie de elementos del contexto artístico y social que condicionan las prácticas de estos tres artistas. Sin embargo, hay pulsiones individuales no registradas por los relatos dominantes. Los comportamientos manifiestos en estos tres artistas exceden los criterios historiográficos que se han manejado en el país, la mayor parte de ellos centrados en la evolución de las tendencias, medios y lenguajes, causa de muchas omisiones y parcialidades. Soledad, Claudio y Roberto son tres individuos singulares frente a sus circunstancias, con temperamentos complejos de difícil codificación. Esta exposición es un intento de construir un relato íntimo y paralelo al de la macro historia conocida.

¿Podrías darnos un ejemplo concreto, en cada uno de ellos, de esas pulsiones individuales que no han sido registradas por lo que llama los relatos dominantes?

Con «pulsiones individuales no registradas» me refiero a comportamientos fuera de la «norma» que entonces no encajaban en la narrativa general del arte en Venezuela. Por ejemplo, Soledad estaba asociada al fotodocumentalismo en boga, pero su aproximación al entorno era más alegórica que sociológica. Sin embargo, al separarse de la manada «foto directa» y desarrollar un camino solitario que tampoco abrazó los postulados del conceptualismo, quedó en una franja indefinida para los estudiosos del momento. Por su parte, Claudio ha sido explicado en segmentos separados como artista conceptual, como geógrafo, como performancista, como videoartista, como pedagogo, como fotógrafo, pero la percepción general describe su obra como extremadamente dispersa, entre otras cosas, porque sus premisas conceptuales aún no han sido analizadas a cabalidad como un programa creativo de carácter transversal. En cuanto a Roberto, aún son insuficientes los análisis sobre sus móviles profundos, más allá de su inquietud taxonómica. Consecuentemente, la ubicación de sus respectivas proposiciones en la «narrativa maestra» del arte venezolano, los ubica como parte de una corriente general adscrita a los «nuevos lenguajes» o a la «nueva lógica». Y no es que sea incorrecto  agruparlos en ese heterogéneo segmento de creadores, sino que esas definiciones eran (y siguen siendo) parciales e inespecíficas, tal como lo revelan testimonios y documentos del periodo. Al reunirlos a los tres se aprecia que entre ellos había una lógica distinta a las etiquetas discursivas del momento.

¿Siente que el hecho de ser artistas nacidos en el extranjero, que desarrollaron sus obras en el país, tiene o podría dejar una huella detectable en sus obras, tanto en el plano técnico como en lo temático? ¿Cuáles serían esas huellas?

La emigración es una marca de origen. Supone una fractura, un desarraigo congénito, aún cuando la inserción en el entorno adoptivo sea satisfactoria. Soledad, Claudio y Roberto se integraron fluidamente a Venezuela, recorrieron sus lugares e incorporaron a su trabajo gran parte de esa experiencia. Se reconocieron en el país, en sus paisajes y en sus contrastes. Pero hay en los tres una ansiedad por conocer y preservar la patria adquirida que delata la incertidumbre originaria de quienes, ya en «la tierra prometida», conocen en su carne la fragilidad y la pérdida. El país que ellos mostraron no era ni el lugar donde nacieron ni el territorio donde hicieron su vida, sino el hábitat volátil donde construyeron sus propias mitologías.

Me gustaría precisar mejor la naturaleza de ese hábitat volátil que menciona y, si es posible, tener ejemplos en cada una de sus obras. 

Digamos que el «país real», descrito como un «hábitat volátil», refiere a un imaginario social y cultural más atento al brillo del progreso que a las penumbras que éste fue dejando en los márgenes. Mientras todo iba bien con el petróleo y las mises, había también niños en las calles, cultivos empobrecidos o abandonados y casas precarias en el perímetro de las ciudades. Las fotografías de Soledad escarban en la piel de las estatuas, auscultan la luz en las fachadas desnudas y exploran los terrenos olvidados del país recóndito  para encontrar una sintonía esencial, aunque inasible, con lo imperecedero. Claudio advertía que la manera de habitar el territorio es una forma de cultura a la cual se accede con «morral y luces». Roberto veía en las rosas una suerte de paisaje emocional y transfería a éste sus inquietudes sobre el tiempo, la vida y la muerte.

En medio de décadas de prosperidad económica y de plena confianza en las posibilidades futuras del país, ¿podríamos decir que sus obras alcanzan casi el valor de lo premonitorio, en el sentido de que introducen elementos que podrían perfectamente describir la debacle que viviríamos a finales de los años noventa y durante las dos primeras décadas del siglo XXI?

Como actores de su momento, sus trabajos dejaron una crónica del país que entonces gozaba de todos los beneficios que la riqueza permite y que a la vez padecía las contradicciones más profundas. Soledad, Claudio y Roberto vivieron y narraron en sus trabajos el contraste entre el progreso y la precariedad, vislumbraron la asimetría entre lo rural y lo urbano,  y mostraron la discrepancia ética entre la demagogia partidista y los anhelos de equidad social. Más que pronosticar un futuro apocalíptico como el que sobrevino después, sus obras llevan la impronta testimonial de un momento determinante en el devenir nacional cuando las fallas eran aún perfectibles. 

En su opinión, entonces ¿ese carácter premonitorio que algunos leemos en su obra, a sabiendas, por supuesto, de que no hay en ellos ni en su obra ninguna capacidad paranormal, es solo el producto de una lectura retrospectiva que no puede achacárseles?

Desde una mirada retrospectiva no se puede negar que los gérmenes del desastre posterior ya estaban allí, acaso como insinuación de un malestar visible en la generación de artistas que irrumpió en la década del setenta en Venezuela. No obstante, Soledad, Claudio y Roberto vivieron y trabajaron apasionadamente, incluso más allá de los signos contradictorios que ya se manifestaban en el país. Soledad vislumbraba un mundo donde la belleza emerge del propio drama de la existencia. Claudio imaginaba un futuro brillante, impulsado por la tecnología y la ciencia, pero también de convivencia entre el sujeto y el territorio. Roberto en cambio, se planteó preguntas más extremas sobre la condición del sujeto y su finitud. Para ellos, el «país real» —ese que los acogió y vivieron con intensidad— era un accidente «no controlable» en medio de su propia búsqueda de algo trascendente por medio del arte.  


*Contactos: Soledad López, Claudio Perna, Roberto Obregón. Colección Archivo Fotografía Urbana ha sido organizada por el Archivo Fotografía Urbana y la Sala Mendoza, con el apoyo de varias instituciones y personas como Colección CA&FE, Fundación Claudio Perna, Henrique Faría Gallery y Álvaro Sotillo. 









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