No puede olvidarse que los mismos que insurgieron contra el gobierno democrático de 1992, dizque para superar la corrupción, la falla en los servicios públicos, y con una carga de nacionalismo-bolivariano a rabiar, hoy –todavía- y luego de una macabra pesadilla de casi veinticinco largos y tortuosos años- no hallan qué hacer para justificar tanta ineficiencia, incapacidad e incompetencia para resolver la grave crisis por ellos generada; por el contrario, se han visto incrementada por la incapacidad e improvisación oficiales, al punto de que siguen haciendo honor a lo que el difunto dijo: “no tengan miedo a equivocarse, estamos ensayando”.
Para dicha nuestra, insisto, CAP descabezó los dos intentonas golpistas militares o asonadas, y aunque algunos filibusteros le soplaban desconocer las instituciones, aceptó ser enjuiciado. Caldera II sobreseyó al golpista y su combo, quien nunca fue a juicio, dizque por no confiar en la justicia. De allí que no fuera sentenciado.
Nada que celebrar. Doña Blanquita Rodríguez de Pérez y su honorable familia, salvaron sus vidas milagrosamente, pues los golpistas tiraron a matar.
Nada que celebrar el 4F ni el 27N. Recordar sí las intentonas golpistas de esos funestos días. No olvidar el 4F ni el 27N, siniestras fechas de ataques contra un gobierno legítimamente constituido; intentonas golpistas, funestos días teñidos de sangre por manos asesinas.
Tampoco olvidemos a aquella inefable exmagistrada y su peregrina tesis de la “supraconstitucionalidad”, lo que permitió en cierto modo brindar en buena bandeja complaciente una “constituyente”, para que una cuerda de felones se cogiera el poder. ¿O no? Y aunque el difunto llegó al poder por la vía democrática, gozando de legitimidad de origen, no queda duda de que pronto incurrió en ilegitimidad en el ejercicio del mismo, y fue así como Hugo Chávez mal gobernó hasta el hartazgo, durante catorce años de un período de ingrata recordación, hoy continuado por esa cosa en cuyas alas lleva marcada la señal de la trampa y la usurpación.
El país sufrió el hartazgo catorceañero a merced de un ser despreciable; milico golpista que encarnó la suma de todos los defectos morales del venezolano; atropelló todo el ordenamiento jurídico venezolano y se burló de toda convención del derecho y encarceló arbitrariamente.
Nada que celebrar, siendo que un golpista aposentado en el poder, NO expropió, sino despojó de su propiedad a un sinnúmero de ciudadanos honestos; insultó y nos escarneció en sus deleznables y obligadas cadenas nacionales de radio y TV.
El megalómano delirante –la redundancia valga– enajenó nuestra soberanía nacional a los designios de la oprobiosa dictadura cubana, y ante la acción asesina del hampa y del malandraje mostró grosera complacencia.
Nada que celebrar, ¿o acaso merecen ser celebradas aquellas listas infames y excluyentes, cuya siniestra vigencia no pudo ser posible sin la aprobación del delirante Chávez?
Al golpista debemos recordarlo como lo que verdaderamente fue: políticamente, un enemigo de la democracia que consiguió destruirla desde su interior; económicamente, un pésimo administrador con suerte que desperdició una posibilidad inédita de desarrollar a Venezuela; y socialmente, un militarista desquiciado que quiso pergeñar un Estado policíaco en permanente paranoia, y acabó fragmentando a toda una sociedad que ahora, sin el caudillo, armada y fanatizada, espera por tiempos más violentos aún.
¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista tan criticada por muchos, incluso por aquellos que en la mala hora apoyaron a un golpista y a sus conmilitones, haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que adecos, copeyanos y masistas de otros tiempos.
Más serviles y menos independientes, más lacayos y lambucios, además de tristes servidores del militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido en Venezuela.
Así las cosas, ¿Chávez vive? pues sí, en cada andanza del hampa, cada gota de sangre derramada, cada viudez y orfandad generada, en cada miseria humana.
Esta ligera radiografía del país, este triste retrato hablado de lo que somos y que muchos no queremos que sea. Y además, nos duela en el alma y en la piel. ¡Nada que celebrar!