La mentira tiene patas cortas

La mentira tiene patas cortas

Un embuste suele acompañarse de otro para que sea creíble y éste, a la vez, necesita acomodar a su favor, también, sucesivos hechos, hasta que el peso de todo ese tinglado de excusas se hace insostenible por incoherente y fantasioso. Lo que se pretendía lograr con el primer embuste –por ejemplo, convencer a la pareja de que no hubo tal deslealtad o que los reales no fueron malgastados, sino que se los robaron— se estrella vergonzosamente ante quien(es) se buscaba convencer, con el estigma adicional de quedar como embustero. Mentir no llevó a ningún lado; tiene patas cortas.

Suena moralizante y edificante, ¿no? Pues a la banda que controla el Estado venezolano le importa un bledo. Todo el mundo sabe, empezando por ellos mismos, que proclamar la victoria de Maduro en los pasados comicios es una mentira del tamaño de una montaña, más por la manera tan vulgarmente torpe en que se hizo. Un insulto a la inteligencia del venezolano. Y, sobre todo, porque la inmensa mayoría de compatriotas fue artífice de la contundente derrota que sufrió ante Edmundo González Urrutia, sustanciada de manera inequívoca en las actas (oficiales), copia de las cuales Maduro se niega a mostrar, pero que la formidable organización preparada por María Corina Machado logró postear en las redes sociales para la consulta de cualquiera. La banda tuvo que cambiar, por tanto, su discurso. 

El asunto ahora no es insistir en que ganó Maduro, sino denunciar que el evento electoral desató una conspiración de “fascistas y terroristas” contra la “revolución”. Por ende, es legítimo aquello de que “ni por las buenas ni por las malas” entregarán el poder. De ahí la salvaje represión desatada, con miles de presos por reclamar el triunfo opositor, muchos sin garantías, otros, desaparecidos y torturados. Su más reciente horror ha sido el vil asesinato de Edwin Santos, joven dirigente de Voluntad Popular en Apure, en manos de los esbirros del Sebin que lo habían secuestrado. 

La dinámica política se adentra, ahora, en territorio desconocido. Desaparece todo apego al juego político que dejaba espacios reducidos, sí para la movilización democrática. Porque, aun con las mezquindades graciosamente permitidas por el fascismo madurista, el pueblo venezolano, animado por el liderazgo valiente e inspirador de MCM, hizo conocer su voluntad contundente de sacarlos del poder. Se acabó, pues. Se van extendiendo las tenebrosas sombras de una dictadura totalitaria. Todo reclamo de que sea respetada la decisión soberana del pueblo constituye, ahora, una amenaza a la “revolución”. Se desempolvan consignas radicales, atrabiliarias y disparatadas, para denunciar la mano peluda del imperialismo detrás de ello. A sangre y fuego se impone el terrorismo de Estado para obligarnos a pasar página y disfrutar, contentos, del adelanto de las navidades que nos regaló el generoso Maduro. 

El problema para los fascistas es que su mundo de embustes ya no engaña a nadie. Sucede que esos aspectos indispensables de un comportamiento con un mínimo de ética, de honestidad, credibilidad y de consideración por los derechos humanos son, para el común, insoslayables, para la confianza sin la cual no se legitimaría lo que se pretende defender. Y ello incluye al mundo de la política que no se ha rendido a la corrupción, tanto nacional como internacional. Pero los fascistas los desdeñan con su inmoral ligereza para “pasar página”. Tardan en darse cuenta de que la mentira siempre tendrá patas cortas.

Una manifestación palpable de ello fue el portazo que recibió Maduro en la nariz ante su aspiración de ingresar al grupo de los BRICS. “Hizo promesas que nunca cumplió … y ahora la confianza está rota”, afirmó Celso Amorim, asesor del presidente Lula, otrora aliado. Y no es para menos. El mandatario de Brasil venía aconsejando a Maduro desde el año pasado para que respetara el resultado electoral y, en el caso de perder, buscase reconstruirse desde la oposición, como hizo él. Luego impulsó, junto al presidente Petro de Colombia, interminables intentos porque se arribara a una solución política con la oposición. Todo ello fundamentado, desde luego, en el respeto de las reglas de juego, es decir, la necesidad de que se mostrasen las actas para certificar la veracidad del triunfo electoral. Sucede que Maduro ni les cogía el teléfono. Y, en este clima de soberbia, se animó el verdugo Tarek “Torquemada” Saab a acusar a Lula de ser “agente de la CIA”. Ahora, a pesar del jalón de orejas que le dieron públicamente, actitudes como esta han pasado a marcar la reacción del régimen.  

Un comunicado de la Cancillería califica el veto de Brasil como “una agresión a Venezuela y un gesto hostil que se suma a la política criminal de sanciones que han sido impuestas contra un pueblo valiente y revolucionario, como el pueblo venezolano” (¡!)  ¡Pero, si la agresión a ese “pueblo valiente” la comete Maduro y sus esbirros al desconocer, groseramente, su voluntad en las urnas! Luego el comunicado continúa con delirios cursis, una afrenta todavía mayor a ese pueblo valiente, víctima de sus desmanes: 

“Venezuela” —OJO: Se refiere al gobierno de Maduro no al país— “engalana al Sur y el Este global con su firmeza en la defensa de la autodeterminación y la igualdad soberana de los Estados. Ninguna artimaña o maniobra concebidas (sic) contra Venezuela detendrán el curso de la historia. ¡Un nuevo mundo ha nacido! Venezuela forma parte de este mundo libre y sin hegemonismos”. 

Y es que no les queda de otra que alucinar repitiendo los clichés de lo que una vez prometieron ser. Es el último clavo del cual colgarse, porque ante el mundo democrático, sea de izquierda, de derecha, de centro, ya nadie les cree. Su situación se hace cada vez más insegura, precaria e inestable. Y, más aún cuando sienten el soplido en la nuca de la Comisión de Verificación de Hechos de la ONU, o de la Corte Penal Internacional, celosos tras el rastro de crímenes de lesa humanidad cometidos en defensa de la Gran Mentira. De ahí la huida hacia adelante, buscando refugio en posturas cada vez más ridículas, en abierto contraste con la miseria que ha significado su “revolución”. Como muestra, la siguiente perla del primo de Diosdado Cabello, recién nombrado jefe del Sebin, en un comunicado a sus subalternos: “…un saludo Bolivariano, Revolucionario, Socialista, Antiimperialista, Zamorano y Profundamente Chavista…” (¡!) ¿Y a qué obedece esta rimbombancia tan hueca? ¡Es para anunciarles que no tienen derecho a solicitar sus pasaportes! Porque todos son sospechosos. Si no que lo diga Pedro Rafael Tellechea, a quien había designado Maduro para “rescatar” a Pdvsa, luego del desfalco de El Aissami y cómplices. 

A lo interno, nadie cree ya en nadie; así lo han internalizado entre ellos mismos. Demasiado tiempo acostumbrados a hacer lo que les da la gana, sin rendir cuentas ni importarles las consecuencias. ¿En quién confiar? Y todo indica que, en la medida en que la crisis se profundiza ante sus atropellos y destemplanzas, más intensa la pelea interna en busca de alianzas o para que no les salpique los desmanes de otro. Algunos segundones pescuecean vociferando consignas radicales, buscando favores de alguno de los que integran la banda de los seis. Pero cuidado con quien te alineas. 

¡Para atrás nunca, la Gran Mentira es la Revolución! Pero esa “revolución” no es más que el régimen de expoliación montado por el chavo-madurismo al desmantelar las instituciones del Estado de derecho que resguardaban los fundamentos libertarios y de justicia de la República. Con base en ello, se cogieron al país. Si se cae la Gran Mentira, se les acabó. Falta acompañarla con los embustes que hagan falta para poder “pasar página”. Así, en la Asamblea Nacional, Jorge, el Furibundo, se lanza con amenazas de una fulana Ley de Reserva de Dominio para quitarles sus haberes a quienes han estado procurando salvar a Citgo de los acreedores extranjeros. Todo el mundo sabe que fueron las expropiaciones sin compensación de Chávez y Maduro las que condenaron a Citgo a ser subastada afuera.

En fin, la única solución aceptable, capaz de devolverle a los venezolanos la esperanza en una vida mejor y evitar que el país continúe por el despeñadero a que lo lanzó Maduro, es que prevalezca la verdad. Quienes todavía lo acompañan tienen que entender que no les queda de otra que negociar la transición hacia la democracia en los mejores términos posibles. ¿Por qué apostar al hundimiento?

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