La película está inspirada en un trágico incidente aéreo, lo que añade un nivel de tensión y realismo a la trama
Amigos lectores, mi comentario será breve y debo escribirlo así porque detallar la trama equivaldría a perder el suspenso que el largometraje impone. Abordo el tema escribiendo que este filme se basa en hechos de la vida real y que, si usted tiene terror de viajar en avión, es aconsejable no vea esta película.
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Dmitry Suvorov, joven (34 años) y promisorio director ruso demuestra su validez al utilizar con certeza los llamados flashbacks (que representan los recuerdos de un personaje o algún otro momento relevante que tiene lugar en el pasado, sin importar qué tan lejano o cercano sea respecto al presente), aunque falle en el primero pues surge al finalizar el choque de los aviones y es tan inesperado que obliga a recordar programas de entrevistas que en plena pregunta y respuesta brillante interrumpen para anunciar en que radios o canales puede verlo. Los otros, en cambio, van pegando recuerdos y momentos que hablan de amor y circunstancias.
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Su impactante puesta en escena es llamativa y genera todo el suspenso, angustia y terror que embarga al personaje y a quienes estén viendo la historia plasmada en la pantalla. Como todo ocurrió hace 43 años, el cinematografista ha tenido mucho cuidado en no abusar de los efectos especiales y más bien parece haber sido filmado al inicio del siglo actual y así el filme adquiere el poder que tienen los documentales.
Las secuencias son vibrantes y la música va empaquetando la historia con acordes envolventes, a veces tan mínimos que ni se la escucha o tal vez no porque su corazón lata con tanta fuerza que no da paso a los oídos.
Si La sociedad de la nieve reprodujo un accidente, La caída del vuelo 811 los pone frente a una catástrofe donde el guion y la edición la empujan hacia los limites de un producto que, pudiendo ser superior, lo eleva lo suficiente como para cumplir su misión: demostrar que la supervivencia está en la fuerza emocional y mental que los seres humanos pueden tener dentro de sí.
Descuella también la demostración de lo que pensó hacer el Gobierno ruso de aquel año: ocultar la realidad del accidente y pretender que los familiares aceptasen las muertes de los pasajeros como un acto de Dios, sin necesidad de explicarlo.
Ventaja también es que no hayan abusado de la sensiblería ni extendido su metraje hasta aceptar -por parte del espectador- que el director, en ningún momento, retrasa el final.
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